Disciplina vs castigo: una mirada desde la psicología infantil
- Andrea Zepeda
- 8 jul
- 3 Min. de lectura
Cuando hablamos de crianza y educación, uno de los temas que más preguntas genera en madres, padres y cuidadores es cómo corregir la conducta de niñas y niños sin caer en el castigo.

¿Qué diferencia realmente a la disciplina del castigo? ¿Por qué es importante abordarlo desde una perspectiva psicológica actual? En este artículo te comparto una mirada clara y respetuosa sobre este tema crucial para el desarrollo emocional infantil.
¿Qué entendemos por disciplina?
La disciplina proviene del latín disciplina, que significa “enseñanza”. En su esencia, disciplinar no es imponer, sino guiar. Desde la psicología infantil contemporánea, la disciplina se concibe como un conjunto de estrategias que ayudan al niño a:
Aprender autorregulación emocional y conductual.
Comprender las consecuencias naturales de sus actos.
Desarrollar empatía y habilidades sociales.
Sentirse seguro dentro de límites claros y consistentes.
Daniel Siegel y Tina Payne Bryson (2016) en su libro Disciplina sin lágrimas explican que el objetivo de la disciplina es enseñar habilidades para la vida, no generar obediencia momentánea a través del miedo o la culpa.
¿Y qué es el castigo?
El castigo, en cambio, busca provocar un malestar inmediato como consecuencia de una conducta no deseada. Puede ser físico (como un golpe) o emocional (como el aislamiento o la humillación). Aunque puede generar cambios conductuales rápidos, estos efectos suelen ser superficiales y a corto plazo.
Desde la psicología contextual, como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), sabemos que el castigo puede reforzar patrones de evitación, miedo y desconexión emocional. En niños, esto se traduce muchas veces en:
Rebeldía encubierta o sumisión forzada.
Dificultades para expresar emociones de forma saludable.
Baja autoestima o creencias de inadecuación.
¿Por qué es importante hacer esta distinción?
Porque la forma en que criamos a nuestras hijas e hijos influye profundamente en su desarrollo emocional, cognitivo y relacional. Mientras el castigo interrumpe la conexión, la disciplina la fortalece. Al acompañar con firmeza y cariño, el niño aprende que puede equivocarse, reparar y crecer, sin dejar de sentirse amado y respetado.
Como lo plantea Ross Greene (2014) en su modelo de “disciplina colaborativa y proactiva”, el problema no es la falta de voluntad del niño, sino la falta de habilidades aún no desarrolladas. Esto cambia por completo nuestra forma de intervenir: pasamos de controlar, a enseñar y acompañar.
¿Cómo ponerlo en práctica?
Aquí algunas ideas clave para aplicar una disciplina respetuosa y efectiva en casa:
Establece límites claros y consistentes, desde la calma.
Conecta antes de corregir: valida emociones antes de intervenir en la conducta.
Ofrece opciones, no amenazas. Elige frases como: “Puedes escoger entre esto y esto otro”, en lugar de “Si no haces esto, te castigo”.
Involucra al niño en la solución: pregunta qué puede hacer diferente la próxima vez.
Sé ejemplo: los niños aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice.
Una crianza que educa desde el respeto
Cambiar el enfoque de castigo por disciplina no significa ser permisivos. Significa poner límites desde el amor, sostener la frustración del niño con presencia y acompañar su aprendizaje emocional.
La verdadera autoridad no impone, inspira. Y eso empieza cuando como adultos elegimos guiar en lugar de controlar, enseñar en lugar de castigar.
Bibliografía recomendada
Siegel, D., & Bryson, T. P. (2016). Disciplina sin lágrimas. Editorial Vergara.
Greene, R. (2014). El niño difícil. Paidós.
Hayes, S. C., & Smith, S. (2005). Sal de tu mente, entra en tu vida. Editorial Desclée.
Juul, J. (2010). Tu hijo, tu espejo. Herder.
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